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Timochenko bajo fuego

Si las antiguas FARC (que, recordemos, ya no existen) hubieran entrado con sus fusiles en Armenia a tomarse la ciudad, sería totalmente comprensible que el pueblo los recibiera a pedradas e insultos. Si intentaran otro tanto en Cali, la misma respuesta sería de esperar.

Pero Rodrigo Londoño ya no lleva un fusil ni comanda un ejército en rebelión. Ahora es otro candidato presidencial más, sometido a las reglas del debate democrático, donde uno tiene la libertad de proponer lo que quiere que sea el país pero depende de lo que decidan los votantes. Si bien todavía están sin resolver muchísimos de los crímenes de las FARC, y uno puede por supuesto entender el enojo de sus víctimas cuando ven a Londoño escoltado por la policía, ese hombre no llegó a Armenia ni a Cali con ánimo de guerra. Fue a hablar, no a matar.

Sí, Londoño cometió crímenes. Sí, Londoño ordenó que sus tropas también cometieran crímenes. Sí, muchos de esos crímenes siguen sin castigo. Pero la promesa que Colombia se hizo a sí misma es asegurar que ninguna opinión política vuelva a ser tan marginada que sus partidarios se sientan empujados a hacerse oír a balazos. Es necesario recibir a las FARC dentro de la política partidista para quitarles su excusa para tomar las armas.

La actitud de estas multitudes enfurecidas (y, no nos engañemos, en buena parte incitadas por el uribismo) está totalmente fuera de proporción. La campaña de las FARC tiene 0% de intención de voto. ¿Timochenko presidente? Antes me eligen a mí.

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