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Esas irresistibles ganas de reelegirse

Después de la clase magistral de descaro que dictó Fujimori en 2000, debería haber un cartelito de advertencia en todos los puestos de votación del Tercer Mundo: si el presidente pretende remendar la constitución para seguirse reeligiendo, las cosas pintan mal. Fue obvio cuando lo hizo Chávez, fue obvio cuando lo hizo Uribe, fue obvio cuando lo hizo Ortega, y la lista sigue: Obiang, Nazarbayev, Museveni, Lukashenko, Kagame, Kabila, Erdoğan, Aliyev, NkurunzizaBerdimuhamedow (y la familia Castro está fuera de concurso). Gambia apenas acaba de salir de ese vergonzoso club, y necesitó que entraran tropas de los países vecinos para convencer a Jammeh de que la derrota electoral sí era en serio. Hay que reconocerle a Rafael Correa la decencia de haber roto con esa costumbre (y no haber dejado un país peor), pero se demoró en decidirse.

Tengo sentimientos encontrados sobre el uso que Santos le dio a la reelección. Por cuestión de principio era obsceno usar las reglas que Uribe nos dejó, pero en 2014 era evidente que necesitábamos ese segundo mandato para terminar las conversaciones de paz y evitar que Zuluaga pateara la mesa. Además, Santos se aseguró de rerremendar la constitución para eliminar futuras rerreelecciones, lo cual es otro punto a su favor. Imagínense si Uribe hubiera podido cumplir esa vocación fujimorista que nunca disimuló. ¿Quieren saber hasta dónde habría llegado? Busquen a un mexicano que no sea católico y pregúntenle cómo les fue con Don Porfirio.

A cada rato parece que a Maduro casi le va a llegar la hora. ¿Pero cuándo? Pongámoslo así: Venezuela terminó 2016 con una inflación de setecientos por ciento. Zimbabwe terminó 2008 con una inflación de setenta y nueve mil seiscientos millones por ciento, y el presidente que tenían en esa fecha todavía gobierna hoy. La medida justa de optimismo que hay que tener es esta: es un hecho que el chavismo caerá, pero es un hecho que caerá demasiado tarde.

Por supuesto que todos los presidentes quisieran durar para siempre. Eso ni siquiera es noticia. Lo que sí nos debería prender las alarmas es cuando en efecto lo intentan. Que el tipo siquiera susurre una propuesta de reforma constitucional para eliminar los límites de reelección (o, al estilo de Uribe, que guarde un elegante silencio mientras sus mandaderos preparan el zarpazo) ya debería decirnos que nos va a ir mal.

¿Qué decir, entonces, de los planes actuales de Evo Morales? A Bolivia no le está yendo del todo mal. Pero con cada reelección sucesiva las probabilidades de alguna decisión estúpida aumentan. Ya Morales está siguiendo el libreto chavista: todos los señalamientos en su contra son parte de una campaña de agresión mediática orquestada desde la ultraderecha bajo órdenes imperialistas para manipular la opinión pública, bla bla bla bla. Quienes quieran verle un lado bueno al asunto podrán consolarse con que al menos el eterno Morales no es el eterno Putin, y lo más peligroso que tiene Bolivia son carreteras y no bombas atómicas.

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