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En las cosas pequeñas se juega el laicismo

El pasado 21 de agosto la iglesia protestante La Unción organizó una ceremonia de desarme voluntario de pandilleros en Cartagena. Las armas fueron intercambiadas por biblias y capital para microempresas.

Hasta ahí la cosa parece normal. Cada iglesia se puede inventar sus formas de mejorar el mundo. Lo anómalo del caso fue la participación de un funcionario electo, Luis Caraballo, edil de la Localidad Uno de Cartagena por el Centro Democrático. Además, la ceremonia tuvo el apoyo de la Secretaría del Interior de la ciudad.

Cada ONG (y aquí incluyo a las iglesias) que contribuye a atender un tema necesario para la sociedad es un testimonio de que el estado no está cumpliendo su función. (Por eso siempre me parece descarado cuando un gobierno felicita a una ONG; básicamente le está agradeciendo por hacerle su trabajo.) Pero la estructura de un estado laico impone límites a la cooperación que pueden recibir las instituciones religiosas. En Colombia la participación de las iglesias en todo se ha normalizado tanto que a los organismos de control no les extraña, como debería, que trabajen hombro a hombro con entes estatales.

¿Sería mucho pedir que se intercambiaran las armas de esos pandilleros por la declaración de derechos humanos de la ONU? Al menos en eso sí estamos de acuerdo todos, o así espero.

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